La última luz y paisajes de libertad de los que tenían recuerdos los prisioneros del konzentrationslager consistían en fragmentos de imágenes que se colaban en pequeños espacios de las mirillas del vagón donde viajaban. Sin embargo, éstas serían rápidamente sustituidas por las tinieblas en su descenso al infierno.
A pesar del horror en el campo de concentración, los condenados recurrían a una capacidad humana que ningún sistema totalitario ha podido anular: la memoria. No es de extrañarse que el elemento que desencadenara sus recuerdos fuese una bisagra entre lo exterior y lo interior: la ventana. Ese objeto que nos invita a la ensoñación y le permite a la luz la entrada en los espacios que habitamos, se convertirían en una forma de esperanza: el anhelo de libertad del infierno nazi. Afortunadamente, muchos lograron sobrevivir a esa oscuridad para impedir el olvido… Con su liberación y su lucha se reafirmaría aquella frase del libro de Job: post tenebras lux, “después de las tinieblas, la luz”.
Alexandra Rodríguez
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